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10 marzo 2013 7 10 /03 /marzo /2013 15:29

"La última alma humana ha muerto", anunció el televisor. La voz en "off" flotaba, espíritu errante, sobre el fondo azul y frío de un estudio desierto. Seguidamente, la imagen se distorsionó y un ruidillo monótono, de antena mal sintonizada, invadió al unísono los miles de hogares, en la noche de la inmensa ciudad. Las migas de la sobremesa, los platos apilados del fregadero y las miradas vítreas atrapadas en el sofá guardarían posiciones hasta el amanecer, presionadas por el yugo de la reflexión sobre la inexorabilidad de la evolución de la especie. Luego, la rutina reinstauraría el estado natural de las cosas y nadie volvería a pensar.

 

 

20 de diciembre de 2011

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10 marzo 2013 7 10 /03 /marzo /2013 12:52

 

-Bueno…, –suelta de pronto, envuelto en una especie de suspiro, Pepa.

-¿Qué? –En la voz de Loli se denota su ansia de reanudar una conversación, por esperpéntico final que prevea.

Caminan casi trotando. Como si tuviesen el objetivo de alcanzar un importante destino, sortean a los abuelos que avivan las calles a media tarde para dejar caer, en el paseo de la rambla,  su exceso de colesterol y azúcar en sangre. El sol empieza a perder su rabia y un algo parecido a una brisa da un breve respiro a los penitentes urbanitas, ángeles expulsados del paraíso de los paquetes vacaciones, en los coletazos del estío.

-Ah, nada, eso, bueno –reacciona, con desgana, Pepa

-Pero, bueno, ¿qué?, –se exaspera Loli-. Gira la derecha. Allí hay demasiada gente.

Pepa, sumisa y resignada, dirige sus pasos hacia la derecha sin cuestionar la orden:

-Que me parece bien lo de irnos en octubre al pueblo ese de…

-¿Pero no habíamos acordado ya de irnos? Yo te preguntaba por la sena.

-Bueno, quería pensarlo...

-Y qué tienes que pensar. Tampoco nos vamos a poner a guisotear para dos- La voz de Loli resulta tan rotunda como su propia presencia -. Además, estoy jarta de la casa. Llevamos ahí metías el verano. No aguanto más.

Impulsada por sus palabras, Loli y sus tacones de salón (confía en ellos cual elixir de la eterna juventud) aceleran un poco más el paso; Pepi resopla ante, a su buen entender, un sobreesfuerzo innecesario. No obstante, calla y quien calla, dicen, otorga.

 

La extraña pareja comparte piso hace años. Se conocieron en el ascensor de uno de esos bufetes que te apañan la vida a base de trasiego de letras pequeñas en márgenes de documentos legales: la sra. Josefina Sarrín de entonces, nublada por las lágrimas de la recién divorciada; Loli, algo más entera, tras la lectura del testamento de Juan Pedro, su difunto marido. Por obra y gracia de la todopoderosa red informática, entre sesión de quimioterapia y visita médica, Juan Pedro buscó, bajo el anonimato y la desesperación del sonido del teclado -a espaldas de Loli, es evidente- la absolución de todos sus pecados en el ciberespacio hasta reencontrarse con un primer amor de juventud de su tierra natal, Uruguay, veinte años más tarde. Así, absurdo hasta el fin de sus días, había decidido en el último suspiro legarle todos sus bienes terrenales en compensación por un abandono, según él, cobarde. Esa fue la explicación testamentaria.

En el cubículo modernista no apto para claustrofóbicos Dolores, la viuda, reflexionaba para sus adentros sin rabia: “Mal dolor le dé, si le toca cielo”; mientras los hipidos de Doña Josefina, rompían el incómodo silencio y reventaban las costuras de su floreado escote cuando alcanzaban el entresuelo. Sorprendida, si cabe más aquel día, Loli se vio obligada a interrumpir sus maldiciones. La extraña solidaridad femenina, la cual emerge en inesperados momentos (o el deseo de evadirse de sus propias preocupaciones esperando tropezar con miserias más amargas que la suyas), la movió al auxilio de aquella desgraciada pechugona, con mal gusto para el estilismo:

-Madre del amor hermoso, ¿pero donde va usted con estas estrechuras y esos colores tan chillones, mujer de Dios? O se ahoga o se queda en cueros en medio de la calle. Y no sé yo qué es peor, con ese busto, la verdad –espetó Loli, como si tratase con una vecina.  

Fina, a quien apenas hacía unos minutos Luís, su marido, llamaba a la  razón,  del gimoteo paso al llanto convulso. En la planta baja, a Loli se le reblandeció su innata acritud de piedra granítica. La abrazó como pudo e intentó consolarla:

-Venga, venga, no se ponga así, todo tiene solución, menos la muerte. ¿Cómo se llama?

-Jo-jo-josefina…- Los pucheros de la sra. Sarrín no tenían nada a envidiar a los de cualquier niño sacado arrastras de una feria.

-De acuerdo, Pepa, ahora nos iremos  mi casa. Está serquita de aquí, al final de la Rambla. Nos tomaremos un café y arreglaremos este desaguisado. –Loli regresó a sus pensamientos:- El muy cabrón es lo único que me ha dejado, hipotecada treinta años, eso sí, pero todavía es mi casa.  

El ultimátum de la portera, paciente sólo dos subidas y bajadas del elevador, las expulsó del improvisado confesionario, de donde salieron, renqueantes y cogidas del brazo.

-¿Entonces, qué pensión dice que le ha quedado, Pepa? –La cabecilla de Loli, rubia ceniza, era una tómbola de soluciones.

-Bueno, para ir tirando… -La recién bautizada Pepa divagaba entre el estofado preferido de Luís y sus camisas, tendidas al levantarse.

Alegaba Luís –el diablo le habría vendido su alma encantado-  que puesto que el piso estaba a su nombre e igualmente le daría la mitad de su valor, un gesto por su parte sería lavarle y plancharle la ropa hasta la fecha del divorcio. No podía obviar que los costes del peritaje serían mínimos, su amigo de la infancia les haría ese favor.

Las cabriolas del yin y el yan son arbitrarias e inescrutables: El gimoteo de Pepa, si no su robustez y pésimo criterio a la hora de arreglarse, poco a poco, fue suavizándose con el tiempo. Lo sustituyó un creciente estado de ausencia gracias al cual continuó desenvolviéndose, fiel a su costumbre, en los quehaceres del nuevo piso, al final de la Rambla.

 

De golpe, Loli frena bruscamente:

-¿Te parece bien esta terraza? Corre airecillo, ¿no?

-¿Eh? Bueno

-Bueno, ¿qué?

-Eso, hoy cenamos fuera.-E intenta esbozar una sonrisa

-Ay, hija ¿qué suponías que hacíamos aquí? –Loli arrastra, enérgica, la silla metálica para desparramarse sobre ella –Yo no sé, a veses pienso que esos ansiolíticos te dejan lela, pero otras, que te viene de cuna, chica. Anda, no me seas pasmarote, siéntate.

El ruido del entorno  -retazos de conversaciones, acelerones de coches,  suplicas de niños…- las sumerge en un mutis de ascensor. Loli busca con la mirada al camarero, le hace una señal con su pequeño mentón y espera, impaciente.

-¿Qué te apetece?

-Tú misma. A mí me a igual. Yo no tengo mucha hambre –Pepa va perdiendo la débil fuerza de su voz en el camino de cada frase.

Incapaz de convivir consigo misma y con sus reniegos internos más allá de lo imprescindible, a Dolores a menudo se le hace cuesta arriba el ostracismo de la compañera que le ha tocado en suerte:

-Anda, vámonos pá la casa, que hasemos aquí sentadas, como dos payasas.

El chirriar de las sillas metálicas retumba en la terraza y el camarero por vez primera capta la presencia de dos mujeres que se marchan, cogidas del brazo y renqueantes.

 

 

  lsorciere

 

 

6 de septiembre de 2011

 

 

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10 marzo 2013 7 10 /03 /marzo /2013 12:06

Con este amargor tan extraño en el velo del paladar vivo desde tu marcha, en el lado derecho de la cama. La luz de la mesita apagada, el falso eco de tus pasos, tu aliento a mi espalda, la costumbre de tenerte, el volumen de tu cuerpo, la cuchara chocando contra el plato, la discusión sobre el programa de radio… Un enorme vacío lleno de ti me acompaña.

 

5 de marzo de 2011

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10 marzo 2013 7 10 /03 /marzo /2013 12:03

Todo el mundo sabía que era una mujer bala. El redoble de tambores; el traje de neopreno rojo metalizado refulgiendo al contacto de la luz de los focos; el alarido final del presentador rompiendo con el silencio expectante…Estudió químicas y durante un tiempo ejerció como profesora de secundaria. Se casó, tuvo dos hijos, le encantaba la repostería y hacer bolsas de ganchillo para el pan. Su figura, envuelta por el alo del espectáculo, todavía mantenía una apariencia delgada y ágil, pero nunca llegó a acostumbrarse y, muerta de miedo, temblaba como una hoja caduca en otoño dentro del tubo de acero. Pronto cumpliría cincuenta y cinco años.

 

13 de enero de 2011

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10 marzo 2013 7 10 /03 /marzo /2013 00:47

Dime, háblame sobre el cielo,

porque yo sé, lo he visto,

que el cielo, cada hora,

cambia su vestido.

Dime, tú también lo sabes,

¿cómo era en la madrugada

y cuantos pájaros han cantado

sobre los encajes

de sus faldas blancas?

Dime, ¿y a media tarde?,

¿estaba el cielo ya

cansado, sucio y gris?

Dime, no te calles,

¿y la luna?,

¿no le ha obligado a

mudarse de terciopelo

para entrar en noche

de gala?

manolito.jpg

No, no te pares, dime,

¿cómo estaba hoy el cielo

entre mañana y tarde;

entre tarde y noche;

entre noche y día?

Pero sobre todo dime

que vas a ser feliz,

que a partir de cierta hora

has empezado

a creer en ti. Ese será

entre todos los regalos,

y aunque al final

no me lo digas,

el mejor que puedas

ofrecerme a mí.

 

Noviembre 1999

 

 

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24 febrero 2013 7 24 /02 /febrero /2013 19:51

Al leve crujir de la viga de la que colgaba su padre, algunos lo habrían llamado mala suerte; Ambrosio Tártar, hijo,  lo entendió como Destino, y, tiempo después, cuando la reflexión le permitió algún momento de lucidez, Juego de Dioses a merced del cual todos estamos abocados.

Durante su infancia, repleta de sospechosas ausencias, nunca le pidió un recuerdo de sus viajes y, ya en su juventud, aprendió de los tres monos sabios a ser ciego, sordo y mudo ante ciertos detalles difíciles de explicar. Llegada la edad de ser resolutivo, romper dogmas y plantar cara a todas las incertidumbres que le habían acompañado, decidió husmear sus huellas en busca de esa vida oculta que manaba, como un cántaro agrietado, por los resquicios de la rutina familiar, hasta que, amparado por las sombras, dio con aquel callejón y, simplemente, no supo reaccionar. Quizás el descubrimiento de una apasionada aventura, otra familia o incluso un oscuro negocio habrían hecho las cosas más sencillas.

Pero no, la figura de su padre iluminada por el foco lunar oscilaba frágil y perecedera, como una bandera izada al revés en señal de rendición tras la dura refriega. El gélido soplo de la noche hacía ondear abatida su capa negra, convirtiéndola en el símbolo del lastre que lo arrastraría, inevitablemente, a la tumba.  Ni aun cuando escuchó el cuchillo de su grito al caer, volvió la vista atrás.  Ya  héroe, ya villano, Ambrosio Tártar, padre, de la misma manera que él haría con su hijo, le había decepcionado.

  

24 de febrero de 2013

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19 febrero 2013 2 19 /02 /febrero /2013 15:25

“¡Al diablo!”, soltó en un arranque de furia; giró sobre sí mismo y se marchó, ofendido y orgulloso. El eco del llavero al caminar resonaba cual botafumeiro en iglesia, junto a los cánticos de bienvenida procedentes de megafonía. Atónitas, tras la reja de altura infinita, miles de almas vieron alejarse la regia figura hasta perder de vista los últimos flecos de su manto, entre brumas celestiales. Siglos de resignación y entrega después de El Martirio, cansado de solicitar ayuda para abarcar su vasta faena, San Pedro no soportó más presión ni recortes y se declaró en huelga.

 

 

6 de enero de 2012

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19 febrero 2013 2 19 /02 /febrero /2013 11:37

-Hola, hola, – saluda Felipe con su perenne sonrisa – hola, Manuela.

Si no fuese por ese deje infantil presente en la estela de sus palabras y esos pasitos cortos y algo arrastrados, Felipe pasaría por uno más a la espera del autobús. La raya del pelo a un lado y los zapatos relucientes evidencian que es un día importante.

-Hola, Felipe, ¿cómo estás? –Manuela pone en su respuesta el tono destinado a los niños- ¿Estás esperando el autobús?

-Sí, sí, jeje

-¿Dónde vas, hoy no trabajas?

Se conocieron años atrás. Él vivía en un piso tutelado y, de vez en cuando, se tomaba un café donde ella trabajaba. Por tiempo que pase, Felipe no olvida ni la cara ni el nombre de Manuela.

-No, no, ¡viene mi novia! –La sonrisa le ocupa toda la cara y unas mariposas escapan de su estómago para revolotear entre la estulticia de la gente.

-Vaya, Felipe, ¡qué bien! –Manuela, de pronto, nota en su interior el contagio del entusiasmo.

 

30 de octubre de 2011

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19 febrero 2013 2 19 /02 /febrero /2013 10:15

En Joan i la Ramona

 

Ya es Navidad en El Corte Inglés, anuncian en el televisor.

La piel de Joan es un pliego seco; sus manos, indecisas, temblequean al mesarse la barbilla. Pasa su mujer, pequeñita y afanosa, y en sus ojos curiosos renace la duda:

 - Ja saps què és Nadal? –pregunta, sincero.

- Sí, Joan, ho sé -le contesta, paciente

- Nosaltres ens vam casar per a Sant Esteve –reflexiona-. M’estimes, encara?

- Sí, Joan, encara t’estimo

- Jo també t’estimo. –Y emocionado añade: - Per què no em fas un petó?

Ella se acerca y besa la frente vieja.

Veinte minutos después, vuelve a ser Navidad en El Corte Inglés.

 

                                                                                          Ya es Navidad

 

Ya es Navidad en El Corte Inglés, anuncian en el televisor.

La piel de Joan es un pliego seco; sus manos, indecisas, temblequean al mesarse la barbilla. Pasa su mujer, pequeñita y afanosa, y en sus ojos curiosos renace la duda:

 - ¿Ya sabes que es Navidad? –pregunta, sincero.

- Sí, Joan, lo sé -le contesta, paciente

- Nosotros nos casamos por  Sant Esteve –reflexiona- ¿Todavía me quieres?

- Sí, Joan, claro que te quiero

- Yo también te quiero. –Y emocionado añade: - ¿Me das un beso?

Ella se acerca y besa la frente vieja.

Veinte minutos después, vuelve a ser Navidad en El Corte Inglés.

 

 

2 de diciembre del 2010

 

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19 febrero 2013 2 19 /02 /febrero /2013 10:05

“Para ser grande, se entero:
nada tuyo exageres o excluyas.
Sé todo en cada cosa. Pon cuanto eres
en lo mínimo que hagas.
Así la luna entera en cada lago
brilla, porque alta vive"
F. Pessoa

 

 

El grupo Desempleados Anónimos camuflados por vergüenza o impotencia social entre las estadísticas del INE se congregaba cada mañana a las puertas del triste café, justo un local más abajo del centro donde impartían los cursos cofinanciados por la Generalitat y el Fondo Europeo para justificar la política de inversión en formación ocupacional. El propietario del bar, un hombre bajito de mediana edad y con pelo cano, los recibía como cansado de empezar el día, predispuesto –como Manuela en sus tiempos de camarera -  a espetar contra quien manifestase la mínima intención de contrariarle en su debut de la recién estrenada jornada de doce horas.  Manuela García, hermanastra de los cuatro millones de parados del telediario, había ojeado en los manuales de historia las fotos de los políticos herederos de la famosa transición, los mismos que años después -artos de representar el papel de mesías del pueblo- bailarían, junto a la vieja farándula, al son de engominados con corbata de nariz aguileña al más puro estilo de Terenci Moix en Garras de Astracán, mucho mejor escenificación que la de cualquier libro adquirido en tiendas especializadas. A pesar del desenlace por todos conocido, el espíritu del pelotazo, entre rayas de coca adulterada y música new way, se coló por los suburbios del inconsciente de la sociedad (eliminando del imaginario colectivo a base de tarjeta de crédito los problemas de llegar a fin de mes y a los nómadas marginales cuyo representativo superviviente en las salas de cine sería el Lute) para mutarse en el actual pelotazo inmobiliario. Sus últimas consecuencias –o no- las paladeaban entre sorbos de café sin azúcar los componentes de la extraña comunidad anónima todavía no registrada -la de Desempleados Anónimos, claro. Manuela sabía que la estampa de risas ácidas, sinceras o evasoras “surfeando” sobre la cresta de la crisis alrededor de una mesa de PVC nunca recibiría la aprobación del Fondo Europeo, tal que en la lejana época de El nombre de la rosa; aquellas risas nunca aparecerían como imagen de la Cataluña, la España y, ni mucho menos, la Europa de principios del s. XXI, junto a la del saludo de  Zapatero a Obama o las de la quema de contenedores en plena huelga general.

- Bon dia, guapa, si que n’has arribat aviat, avui?[1] - La voz impulsiva de Manuela despertó de sus pensamientos a Natàlia que jugaba distraída con la cucharilla.

- Jo sempre vinc a aquesta hora, ets tú qui arriba d’hora[2] - le contestó con su ya habitual sonrisa matutina de ojos entornados.

El resto de compañeros, como un racimo de uvas, fue esparciéndose poco a poco entre las sillas para desgranar con conversaciones triviales y sin sentido para estudiosos en macro-economía las diatribas de la vida: sus peregrinajes entre libros de colegio para los niños y apoyos incondicionales a maridos con negocios; sus incertidumbres y sus conocimientos, herencias inevitables de anteriores trabajos; su lucha frente a la cola del supermercado… En definitiva, las diatribas del hermoso y duro mundo de la hormiga, pensó Manuela mientras se tomaba el último sorbo de café y le daba la última calada a su cigarrillo de picadura que tanto le recordaba a su abuelo, aquel que fue rojo, pero del rojo pobre, por tener un sueño al que agarrarse por las noches. Luego, fueron entrando, sin prisas, al aula

  lsorciere

 

 

9 de octubre del 2010



[1] Buenos días, guapa, ¿si que has llegado pronto, hoy?

[2] Yo siempre llego a esta hora, eres tú quien llegó pronto

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