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16 febrero 2014 7 16 /02 /febrero /2014 11:21

Una semilla en tierra desolada sembró, guiada por el instinto de quien nunca había sido agricultor; y aquel desierto de caricias y besos se aferró a ella. Sus manos, mullidas y pequeñas, se convirtieron en cuenco de vida donde saciar la sed y manantial donde lavar las heridas de la piel seca tras tanta inclemencia. Desde entonces, él, respira gracias a ella.

 

24 de diciembre de 2010

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16 febrero 2014 7 16 /02 /febrero /2014 09:25

   Linda-y-el-Sol.jpgLinda, así se llamaba la niña, sonreía cuando su amigo Sol la despertaba:

   -Linda –le susurraba entre besos y caricias-, ya es de día.

   Largo y negro era su pelo; sus ojos, redondos y pequeños. Linda niña, como lindo el nombre y linda su cara, era aquella a quien yo conocí una soleada mañana de entrada primavera: las nubes, blancas como la espuma del mar; las calles, llenas de alegre alboroto, de gentes, de niños, de risas, de caprichosos llantos, de infantiles y juguetones ladridos... Marrón el suelo, azul el cielo y verde..., verde era cada copa de árbol, cada hoja, cada tallo. Y también algo de rojo, de amarillo, de lila, aquí y allá, dibujando una dulce flor.

   Linda paseaba cogida de un rayo de Sol. Caminaba, entre saltitos, traspiés y balanceos, orgullosa y segura, aunque de tanto en tanto hacía tropezar a su amigo al pararse en seco sin avisarle. Pero él nunca se enfadaba. Entonces Linda cambiaba el semblante: con las cejas levemente fruncidas y los labios muy apretados, se ponía una mano de visera, estiraba su delgado cuello y, medio abriendo, medio cerrando los ojos, buscaba la indulgente sonrisa de Sol.

   Y así, contenta, satisfecha y un poco deslumbrada observaba a los otros niños, a sus padres, a sus perros y a los árboles, ansiosa por contarles como, un día más, su amigo Sol la acompañaba al parque para cuidar de ella y de todos los demás. Mientras, Sol apretaba fuertemente su mano y Linda notaba como la felicidad iba creciendo dentro de su corazón. Mas la felicidad le creció hasta tal punto que ya no pudo guardársela para ella sola. Linda, deseosa de compartirla, se soltó de Sol y empezó a correr por el parque. Aquel día, como todos los días, Linda jugó con todos los niños y niñas, y con sus perros, y cantó con las flores y también bailó y contó chistes a los árboles y con ellos se rió durante largo, largo rato.

   Sol, siempre atento, la vigilaba de reojo y se reía por dentro si hacía alguna travesura. Incluso en una ocasión debió de recogerla en el aire pues trepando un árbol se resbaló y cayó. Si no hubiese sido por Sol no sé cuantas veces se habría roto esa dura, tierna y caprichosa cabecita.

   Y de pronto todos los niños y todos los árboles y todas las flores se sintieron cansados y empezaron a bostezar y a estirar los brazos. Linda miró nerviosa a Sol, pidiéndole ayuda, pero Sol le contó que no podía hacer nada porque también él estaba cansado y se quería ir a dormir.

   Poco después se levantó una ligera brisa que hizo temblar la hierba y volar algunas hojas. Sol cogió a Linda entre sus rayos y, dejando atrás el anochecer, la acunó hasta llegar al portal de su casa. Por la ventana, la entró a su habitación y, como cada noche, l arropó y le dio un beso en la frente

Linda duerme 2 copia

 

  

   -Buenas noches, Linda –le susurró al oído mientras la niña murmuraba sus sueños-, hasta mañana.

   Luna Plácida, que así se llama la luna cuando vela los sueños de los niños, comenzó a entonar una suave nana.

   -Buenas noches, Luna –se despidió Sol.

   -Buenas noches, Sol –se despidió Luna.

                                                                                                          

Para C. y M

 

2 de abril del 2000

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9 febrero 2014 7 09 /02 /febrero /2014 22:06

Igual que lo hacen las ballenas, con su canto secreto y desesperado te llamo, amparada tras el eco de la noche, y el silencio devuelve mi súplica a la orilla de mi ventana, como el reniego de una lágrima a llegar a su destino.

 


5 de marzo de 2012  

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9 febrero 2014 7 09 /02 /febrero /2014 14:30

 

“Ella sabrá lo que se hace”, leí en las pupilas asombradas de Jaime, mi inminente marido. Sin embargo ya me había decidido. Donar un riñón a mi futura suegra no formaba parte de mis planes, pero con la boda a un giro de hoja de calendario, treinta y nueve años a mis espaldas y un novio sin sangre en las venas, imposible mantenerme al margen. Tan pronto tomásemos el avión rumbo a Punta Cana daría pistoletazo de salida a la operación “Mamá Madurita” y, claro, necesitaría la colaboración de la abuela en la educación de Julia, mi tan deseada hija. Yo no lo puedo abarcar todo.

 

25 de marzo de 2011

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9 febrero 2014 7 09 /02 /febrero /2014 13:26

Un apuesto joven a quien besó en los labios con dulzura de pronto se convirtió en rana; sobresaltada, despertó. Miró al otro lado de la cama y vislumbró, entre la penumbra y un vago recuerdo empañado por la resaca, a Raúl durmiendo plácidamente, al son de sus ronquidos. Como un perrillo callejero en busca de dueño, se había pasado toda una vida olfateando sus pisadas desde aquel encuentro en la cola del colegio. Una colección de suspensos, varios trabajos finiquitados sin previo aviso, dos divorcios y tres mudanzas después, allí estaba, algo más gordo y un poco calvo, entre unas sábanas revueltas por el soplo de la apnea. 

10 de abril de 2011

 

En este texto han colaborado Flora (http://miradas-con-acento.over-blog.es) y Salvador Gregorio (http://salvadorgregorio.over-blog.es)

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9 febrero 2014 7 09 /02 /febrero /2014 13:18

I.

 

Cinco minutos después de arropar a Laia en la cama, el tsunami de su llanto inundó el comedor. El presentador vio irrumpido su programa televisivo; sillas, mesa y restos de una cena quedaron flotando; los padres, sorprendidos en plena discusión, acudieron en su auxilio.

 

II.

 

Laia ha cumplido quince. Justo un año atrás, comunicó a su madre su firme decisión de hacerse un tatuaje. La madre, titulada en psicología, dialogó durante varias semanas. Como era de prever, Laia luce, hasta la fecha, una bonita bruja lila en su omoplato izquierdo, envidia de todas las chicas de su clase. Pero ni ella ni su madre lo saben. Los ojos de Laia son de dibujo animado: grandes, marrones y con la magia de la ilusión siempre al acecho; aunque ella, en el reflejo de su espejo, los cree vulgares. Entonces, su melena lacia le ayuda a taparse la cara y encorva su cuerpo.

-A Lucía le gusta Edu, pero él no le hace caso –le confiesa a la madre mientras prepara la cena-.Yo me llevo bien con Edu y Lucía no me habla.

-Eso son celos. No le hables tú a ella –sentencia-. Ya se le pasará

-Lucía es guapa, divertida, y todas las chicas van con ella. El resto del grupo tampoco me habla –rebate con lógica pragmática desde el quicio de la puerta.

La madre se limpia las manos en el delantal, le clava la vista para darle la trascendencia necesaria a sus palabras y le ofrece la solución al misterio de la vida:

-Encontrarás otras amigas o se darán cuenta de que Lucía es una celosa.

-Ayer me peleé con el tete. Fue culpa mía, soy mala, no lo trato bien –se sincera.

-Tú no eres mala –La sartén, olvidada a su suerte en el fuego, es rescatada con un enérgico zarandeo.

-Sí, lo soy. –Se evade concentrándose en una mancha del techo y suspira:- No quiero ir a dibujo, tenemos que hacer parejas –Un tic en su pie golpea el suelo.

-¿Y?

-…-Baja la mirada y el castaño de su cabello se desparrama.

-Laia, mírame, ¿qué pasa? ¿Alguien habrá con quien puedas ir?

-…

-¿Laia?

-No lo sé, quizás no –confiesa en un hilo de voz.

-Eso es imposible, ¿qué pasa, Laia? ¿Tenemos que ir a un psicólogo?

-Sí, quiero ir a un psicólogo. Pegué al tete.

-Los psicólogos no sirven para nada. Yo soy psicóloga

-Tú eres mi madre, tú no entiendes, soy mala persona

Laia llora en el quicio de la puerta. El humo del aceite quemado da entidad al Apocalipsis de su amarga tristeza. Deja el vaso de refresco en el fregadero y se encierra en su cuarto. Con la luz apagada, sumergida en la música, recuerda con una mueca irónica el monstruo de debajo de la cama que le rompía sus sueños cuando era niña.

 

 

III.

Laia hace mucho dejó de tener quince años y en verano siempre utiliza, por imposición laboral, camisetas de manga corta. Así oculta los conjuros de la brujilla de su omoplato. Sus ojos, grandes y marrones, perdieron la luz de las pinceladas de un dibujo, pero se cortó el pelo y los rasgos de su cara afloran sin miedo. Cada mañana deja a Natalia con su abuela materna y tocaya; su tío ha desarrollado un raro instinto de protección y, observándola, se hace preguntas profundas inimaginables hasta su nacimiento. Laia la tuvo nada más rebasar el umbral de la juventud y, aunque Edu ha crecido a marchas forzadas, Lucía se ha convertido en una anécdota del pasado, ávida por un tatuaje. A veces, en la sobremesa nocturna, Natalia irrumpe con un llanto desde su habitación. Los padres acuden de inmediato en su auxilio. Laia, para tranquilizarla, levanta la colcha y escudriña, teatrera, debajo de la cama.

 

 

14 de noviembre de 2011

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9 febrero 2014 7 09 /02 /febrero /2014 10:25

 

A-veces.jpg

A veces, caminando por los senderos del falso silencio, acompañada por el murmullo de las olas del mar o el crepitar de las hojas secas caídas de los árboles,  el recuerdo de su voz melódica me invade y el peso de la nostalgia se apodera de mí. Entonces la entonación de una canción, solo posible en los entresijos de mi imaginación, me embarga, me llena de alegría, de reencuentro y, también, de tristeza. Mi madre, con una psique nívea, inquieta y abstracta -como el surco dejado en el aire por el vuelo de una mosca-,  navegaba sin rumbo entre la realidad y lo ficticio haciendo de ella un ser diferente. Como consecuencia, yo también lo fui.

Cada mañana, mientras me peinaba con suavidad, susurraba esa melodía indefinida y monótona, marcada por el extraño compás de su mano sobre mi cabello.  Semejante a un tratamiento de morfina para un enfermo terminal, el acto repetitivo la embelesaba relajando su rostro y su espíritu para transportarla allí donde los oscuros mecanismos de la mente edifican el oasis del descanso entre tanto despropósito. Después, a medida que iba perdiendo el control sobre sus acciones, el nerviosismo guiado por el caballo desbocado de su inconsciencia tomaba poder en ella. La vida cotidiana se convertía así en un reto de difícil superación: cualquier imprevisto que interrumpiese la rutina podía transformar en décimas de segundo la tormenta en huracán y convertir la casa en un infierno, en especial a la hora de las comidas cuando el calor del fuego de una sartén cumplía su efecto condensador. Pronto espabilé. Aprendí a obedecer normas sociales por inercia, sin comprenderlas demasiado: a ir al colegio y, a ser posible, no llegar tarde; a vestirme y no siempre como ella consideraba, pues cuando llegaba a clase la mofa general o el castigo del profesor podía alcanzar límites, para mí, incomprensibles. Por este motivo, con el fin de no herirla, acostumbraba a llevar una muda en la mochila para cambiarme en el bar de la esquina.

Zapatillas desparejadas por efecto de una locura de rebajas, poco a poco, fuimos asimilando el hecho de vivir en la misma caja, ajenas a la rotación del mundo. A fuerza de desastrosos desencuentros con el exterior, el tiempo nos enseño a activar la parte primaria del instinto por la cual, a menudo, yo decidía cómo comportarnos, cuándo actuar y establecer nuestras prioridades para sobrevivir, ya que en su universo infinito y confuso la factura de la luz apenas tenía mayor valor que el de una agradable cadencia emitida  por la fricción de la hoja en la cual iba soportada contra el aire al desplazarse, en su vaivén, de la mesita al suelo. De todas maneras, dentro de los márgenes prudentes de nuestra desangelada isla, solíamos divertirnos para llenar de frescas carcajadas la jarra de donde bebíamos cuando nos sentíamos abatidas. Nuestras visitas a los parques públicos eran especiales: tumbadas sobre la hierba, me enseñaba, entre cuchicheos, caricias y abrazos, el mensaje cifrado en el blanco relieve del cielo.

Un día fui a una excursión. Me impuse como norma evitarnos el mal trago de pasar situaciones incómodas con mis profesores y sus misivas enfundadas en notas recriminatorias por mi comportamiento o de avisos de asistencias a eventos estudiantiles se perdían entre los libros de mi cartera; ella nunca las veía. Aquella última nota la descubrió rebuscando en los bolsillos de mi chaqueta justo antes de culminar su costumbre de desteñirla en la lavadora. La entregó y me obligó a ir. Cuando regresé, la casa se había quemado y mi madre estaba hospitalizada. Iba a verla, pero me separaron de ella; fui adoptada y  lentamente el pasado la fue anulando. Sin embargo, a veces, aquella extraña melodía viene a mí, como el vaivén de una factura al caer de la mesita al suelo.

 

  lsorciere

16 de octubre del 2010

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3 enero 2014 5 03 /01 /enero /2014 14:28

“Así son las cosas, chica”, intento consolarme para, acto seguido, recriminarme: “¿Y quién me mandará meterme donde nadie me llaman?”. Mi naturaleza irreflexiva no puede evitarlo, y pasa lo que pasa. Conocí a Nacho en el trabajo. Tal y como le estrechaba la mano, presentí que era la media naranja de mi amiga Lucía. Incluso la combinación de los nombres me pareció armoniosa. Me emocioné, lo confieso. Meses después, tras mucho insistir, les apañé una cita. Solterona impenitente adicta a los gatos y a Corín Tellado, puse manos a la obra y desplegué mi arsenal romántico acumulado desde mi primera muda rosa: compré una tela de estampado bucólico y una cesta de picnic, diseño Ikea; busqué por Internet un bonito rincón a las afueras de la ciudad, ideal parejas; y me bajé Cien baladas inolvidables (volumen I, II y III) en formato MP3. Nunca asomó por mis pensamientos la posibilidad de que Lucía me comunicase, en el último momento, su intolerancia a cualquier planta fuera de la lechuga de su nevera; ni que el orgullo de Nacho le impidiese reconocer, con siete horas de retraso, su incapacidad para orientarse en carreteras secundarias. Y aquí estoy, bajo este cielo estrellado, junto a una vela consumida, con el culo acartonado y cubierta de picaduras. Qué le vamos a hacer, los giros de la vida son inescrutables.

 

6 de noviembre de 2011

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3 enero 2014 5 03 /01 /enero /2014 11:14

Deseo 1

 

Keridos Reyes Magos:

 

Os eskribo en nombre de una komuna kompuesta por tres parados. Tras el pelotazo inmobiliario, hemos okupado una kasa cerkana a la kabaña de protekción oficial donde vivíamos hasta hace unos meses, kuando las lluvias la derruyó. El Estado, ya os podéis imaginar, ignoró nuestras denuncias por la mala edifikación y todavía la estamos pagando. Ahora, el bloke, de obra vista, pertenece a una urbanización nueva sobre terreno rekalificado. La konstruktora  lo abandonó a medio hacer, no tenía permisos y hay un montón de enchufes sin red eléktrica y kañerías amontonadas  sin sistema de alkantarillado. Desearíamos para este año, un río deskontaminado donde poder bañarnos. Hemos invitado a Lobo Feroz el próximo 6 enero y, komo es un pluriempleado sin kontrato ke se korre todos los kuentos, no keremos vernos en el Sálvame Deluxe difamados por marranos.

 

Esperando vuestra komprensión,

Los Tres Cerditos

 

4 de diciembre del 2010

 

Deseo 2

 

Queridos Reyes Magos:

 

Cambio corona de roscón, a estrenar, y figurita del rey Baltasar del año pasado por un reino sin princesas holgazanas que se pasen más de media vida durmiendo; sin príncipes obsesionados por si combinaran sus azules zapatos con el traje de luces cuando las despierten con el puñetero beso.  No importa si los hay algo feos, pero no deseo más ninis para el feudo

 

Su Majestad,

El padre de la Bella Durmiente

 

6 de diciembre del 2010

 

PD: Acepto Repúblicas de segunda mano y Democracias en pañales sin fronteras donde tengan cabida todas las historias y todos los cuentos nuevos.

 

Deseo 3

 

Queridos Reyes Magos:

 

Siempre he sido una niña obediente y, dicen, bastante buena. Ordeno mi cuarto una vez por semana, ayudo en casa, visito a mi abuela a menudo y siempre me pongo la ropa que me regalan aunque parezca un árbol de Navidad arrinconado por las rebajas. Tengo un amigo un poco pesado y, no obstante, lo tolero. Os ruego para este año un nuevo cuento donde no sea tratada como una tonta a quien todo el mundo puede tomar el pelo.

 

Con cariño,

Caperucita Roja

11 de diciembre del 2010

 

 

 

 

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3 enero 2014 5 03 /01 /enero /2014 10:37

 “Cinco hembras y un varón”, dijo con voz clara y firme mientras intentaba disimular el nervio interior del pueblo al saberse extraña en una ciudad tan grande y desconocida como un mar, y las mujeres estallaron en una risa. A la niña con trabajo de adulto, inmigrante allá por los cincuenta, el nervio se le transformó en rabia y los ojos se le enrojecieron.

Se anuncian los primeros fríos, las fiestas se aproximan y el batir de las ventanas de sus casas conduce a cada hermana por el camino del olor del dulce y la añoranza. Pronto será tiempo de pestiños. Harina de fuerza, levadura de panadero, aceite de oliva, vino blanco, anís seco, ajonjolí, matalahúva y un mundo de recuerdos. Se reunirán alrededor de una mesa con hule. A golpe de masa y bajo el amparo del calor de una sartén viajaran por todas las historias viejas hasta retornar con una sonrisa de esperanza a este presente, difícil y abstracto. Otro año, será Navidad

 

25 de noviembre de 2010

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