“¡Al diablo!”, soltó en un arranque de furia; giró sobre sí mismo y se marchó, ofendido y orgulloso. El eco del llavero al caminar resonaba cual botafumeiro en iglesia, junto a los cánticos de bienvenida procedentes de megafonía. Atónitas, tras la reja de altura infinita, miles de almas vieron alejarse la regia figura hasta perder de vista los últimos flecos de su manto, entre brumas celestiales. Siglos de resignación y entrega después de El Martirio, cansado de solicitar ayuda para abarcar su vasta faena, San Pedro no soportó más presión ni recortes y se declaró en huelga.
6 de enero de 2012