Este gordo ocupa mucho lugar, por eso nunca lo traigo. Al principio, un cepillo de dientes y el peine de púas no molestaban. Luego, con el inicio de la primavera, Raúl me ofreció, generoso, un cajón de su mesita donde guardar unas bragas de repuesto y alguna camiseta para andar cómoda por el estudio, repleto de juguetes de última generación de su hijo escondidos en los lugares más insólitos y con los cuales siempre tropiezo. Resignado, en verano, me hizo un pequeño hueco en su armario, por si ocasionalmente mis obligaciones familiares me permitiesen quedarme –a mi madre cada día se le acusa un poco su dependencia hacia mi. Ayer escuché quejarse a Sergio: “joer, papi, por qué tengo que regalar mi nave multi-estelar al primo; en tu zapatero no molesta”, y ante la advertencia del padre de que el espacio era escaso y ahora éramos tres, el pequeño objetó: “¡pero si ella no vive con nosotros!”. Pronto regresará el invierno y este suéter tiene el mismo sitio en el armario que yo en la casa, apenas un resquicio.
22 de abril del 2011