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2 octubre 2012 2 02 /10 /octubre /2012 11:07

Javier Valdemoro Orduña, empresario, natural de Madrid, casado y con dos hijos, se presentó, documento de identidad en mano, en los juzgados a la fecha y hora requerida. A paso ligero, trotó con la gallarda apostura de un pura sangre por la escalinata de mármol en cuya cúspide lo esperaba, algo impaciente, su fragante abogado. El gerente del bufete Lamar e Hijo, SLU, para exhibir el nerviosismo propio de las citas importantes por el cual su cliente –su gran amigo, casi un hermano- lo remuneraría generosamente en un futuro inmediato, zanqueaba de un extremo a otro de la ancha escalera cortando, en la medida de lo posible, el paso a cualquier osado de oficio, mientras sus pupilas extrañamente dilatadas y danzarinas a aquellas horas de la mañana se insinuaban siamesas al son del tamborileo de sus ceporros y sudorosos dedos de manicura inmaculada sobre la esfera del reloj. Absorto en su propia representación, Ricardo Lamar  (Don Lamar, como le llamaba la asistenta de su minúsculo despacho) no pudo apreciar la expectación generada por La Gran Actuación de Valdemoro Orduña,  donde pasantes, guardas jurados, auxiliares, ciudadanos a la espera de un juicio justo y demás funcionarios se convirtieron en improvisados invitados, ya paralizados, ya deslumbrados, por el refulgir del cuerpo larguirucho, blanco y blando del insigne empresario apenas cubierto en sus partes nobles tan pudorosamente como un Dios greco-romano en un cuadro del Barroco que, metamorfoseado por las modernas tendencias, ha sustituido la clásica hoja de parra por un tanga, tan lechoso y ajustado como su propia piel, a excepción de un ribete gris en la zona de la ingle izquierda que a modo de firma de artista llevaba impreso con letra sutil y caligráfica el nombre de La Perla. La escueta vestimenta –la cual dejaba al aire un pompis de natilla sin colorantes añadidos-, un Rolex de oro y el DNI  eran las onerosas prendas que cubrían a modo de delicado detalle al excelso Valdemoro Orduña.

De pronto, espacio-tiempo entró en un incógnito agujero y los dos titanes se miraron desde sus respectivas posiciones, hermanados en la desgracia y el interés. Un ruido gutural y profundo salió, con esfuerzo, de la garganta del sr. Lamar:

 -Oooorrggggg…. ¡Jaaaaavier! Pe-pe-pero que coño… -consiguió al final articular, mientras las siamesas, atolondradas, intentaban retomar el ritmo perdido.

-Joder, Ricardo, no te quedes ahí, ayúdame: Dame unos pantalones –La retahíla de imperativos sonaban en su boca como algo natural. El pompis nacarado botaba con elegancia, igualando posiciones con su homólogo.

-¿Y de dónde coño saco yo unos pantalones? Y… –Las siamesas empezaron a temblar; Javier, inmerso en su propia fábula de El traje nuevo del emperador, se dominó.

-No preguntes. Qué pollo, hermano. No sé, dame los tuyos ¿Aquí habrán tiendas, al menos un Armani, no? Luego vamos y me compro lo que sea.

-¡Pero yo no me puedo presentar en camisa! –El pánico se apoderó de las siamesas y un rápido movimiento de mandíbula traicionó su compostura.

-No, la camisa, no. Eres estrecho de espaldas. ¿Llevas una de tu hijo en el BMW?-Por primera vez en su vida, Ricardo Lamar no supo responder.-  No lo entiendo, yo siempre llevo una muda para imprevistos. Nunca se sabe, pero ayer…, bueno,  resuelve este pollo: no puedo acudir a la vista de esta guisa.

Aprovechando la parálisis generalizada, Don Lamar oteó el entorno. El caprichoso azar iluminó a un desventurado de oficio y fiambrera quien, relamiéndose de placer mientras deglutía un oloroso bocadillo de chorizo, observaba el espectáculo, tal que en una obra de La Fura dels Baus se hallase, sin miedo a manchar su corbata adquirida en las últimas rebajas de H&M.

-Hombre, José Luís –Lamar, instintivo, mostró todo el amarillo de sus dientes en una sonrisa y cinco de sus ceporros se extendieron como una nave nodriza en señal de saludo.

-Juan Ramón –corrigió, desorientado por el llamamiento a filas.

-Eso, sí,  Juan Luís… ¿Pedral? Cuánto tiempo ¿Qué haces por aquí?, ¿papeleo? –Ametralló Lamar para no dar cancha al pensamiento racional- Oye, ¿me haces un favor? Te presentó a Javier, Javier Valdemoro. Mi cliente.

-Y un gran amigo; para mí, un hermano –aclaró entre aspavientos. Empezaba a sentir el nervio del triunfo.

Juan Ramón, sabiéndose amenazado, respingó del banco. El bocadillo cayó al suelo, obediente a Murphy, abierto; un aceitoso rojo coloreó el suelo de mármol, premonición de su desastre.

-Pedral, amigo, tú, en realidad, estás haciendo tiempo. – Las serpientes bisbiseaban su canto hipnotizador guiando a la víctima hacia los aseos-  Tu jefe, Leopoldo, fuimos juntos a la facultad,  no te espera hasta mañana. Puñetero, tú sabes vivir ¿eh? –Lamar lo rodeó con el brazo protector de cuando llevaba novias quinceañeras a una película de terror-  No tienes prisa. Nos dejas tu ropa, acudimos a la cita y, cuando te acabes ese delicatessen de la cocina española, nosotros hemos regresado. Javier te lo sabrá agradecer. Coño, ¿y el bocata? ¡Jodío, eres; so glotón!

-Por supuesto, Juan Luís.

-Juan Ramón Pedrol

-Juan, lo que quieras. Yo soy un tío de palabra, con muchos contactos; imagínate, más de treinta años al frente de mi empresa. Saldrás beneficiado. Una idea: te cambio tu traje por uno de Springfield  o…, qué coño, uno de Louis Vuitton. Me encanta Louis Vuitton. Justo la semana pasada vi una pulsera de cordón combinada con oro blanco…., uhm, no pude resistirme. ¿Prefieres un anillo, Juan?

Y Juan Ramón se quedó en los servicios, emulando el antaño tiempo pajillero.  El batir de la puerta de salida les dio pie, a abogado y cliente, a trocar la conversación hacia temas más sustanciales y urgentes.

-¿Por qué harán las mangas tan cortas? –Javier luchaba contra las hechuras desgarbadas del pobre Juan Ramón Pedrol, engatusado pajillero. –Bueno, es lo que hay y con esto tenemos que tirar. ¿Me cambias la americana? Un tío de puta madre, ese Juan Luís ¿Podrías contratarlo? Hacer una sociedad.

-Mierda, Javier, no hay tiempo. –Don Lamar y sus siamesas empezaban a perder la paciencia.- Además, no me da la gana.

Ante la salida de tono, Javier Valdemoro se paró en seco, se echó el pelo hacia atrás, brilló la pulsera del reloj y puso su mejor cara de perrillo lastimero:

-No te pongas así conmigo; lo estoy pasando mal. Estoy preocupado, Ramón. He olvidado desde cuando no se me levanta. Es el estrés. Mi mujer…

-Joder, calla. No es necesario que me cuentes…

-Eres mi amigo; el mejor abogado ¿A quién se lo cuento, si no? Dame un abrazo, hermano. Saldremos. Y te pagaré, confía en mí; yo nunca te dejaré en la estacada.

Ricardo intentó esquivar en vano la incómoda situación con una palmada en el hombro. El olor a local de alterne alteró a las siamesas, presas de un deseo incontrolado por recorrer la noche madrileña al más puro estilo de Callejeros. Las canosas melenas entrelazadas emergían orgullosas de sus encorbatadas camisas para fundirse en un solo ser y, cual Nacimiento de Venus, daban vida a un nuevo ser mitológico, regalo para la era postmoderna.

-Vale, vale, Javier, en cuanto termine la vista nos vamos a tomar unas copas. Pero ahora debemos entrar. Llegamos tarde.

-Ayer vino Pilar hecha un basilisco, cagándose en su puñetera madre: Mi suegra, la muy puta, se había presentado en el colegio para recoger a los niños. Esa no vuelve a ver a mis hijos como me llamo Javier Valdemoro. Ni ella ni el cabrón de su hijo. Yo lo quería como a un hermano y, a ella, como a mi propia madre. Porque, ya sabes, mi madre es punto y a parte; siempre fue una bruja ¡Mira dónde hemos terminado!

A Don Lamar se le iba a eternizar el largo pasillo que conducía a la sala. Entre aspavientos, improperios y atuses de cabello, Javier le narró con detalle sus vicisitudes desde el momento en que, en uno de sus característicos arranques de rabia inducidos por el raciocinio y el saber de su señora, decidió abandonar el hogar (las siamesas empezaron a entrar en estado de alienación): en medio de la creciente discusión, cogió las llaves del Mercedes -deportivo negro de alta gama, símbolo de su espíritu emprendedor y de la potencia de su pene-,  y tomó las de Villadiego. Ya en la autopista y superado con creces el límite de velocidad, sonó el móvil. Pensó en Pilar y apunto estuvo de no descolgar. Sin embargo, el repiquetear constante de la llamada le pudo. Era su gran amigo Almunia, el del bar de Atocha, eufórico por la visita dos pimpollos brasileños con piel de canela y voz con reminiscencias de brisa del mar.

–Me cagó en todo, Ricardo, desde que me unté en aceite y me rebocé en sal, tal y como nos aconsejo Maruja, la amiga vidente del pueblo de Pilar, para espantar el mal de ojo…, no sé, no hay manera, no se me levanta. Pilar se esfuerza, pero me exige demasiado y, claro, me estreso. Luego, me mira con inquina, lo noto. La crisis, la denuncia del hijo-puta de su hermano, la uróloga, los problemas con el jardinero, el preñado de la novia de Jonatan, el cabrón del Zapatero y, para postre, Javier, mi niño, quiere celebrar la comunión. No puedo negárselo. Cuento contigo, Ricardo, como padrino, ya lo sabes. Cuando escuché a Almunia… Tenía que intentarlo, compréndeme.

Excitado por la visión de unas curvas exuberantes barradas en un taburete de Atocha, pisó el acelerador. El espejo retrovisor le devolvió en cinemascope el arqueo de sus cejas  y recordó la buena planta que hacía con la camisa de lienzo blanco con puños y cuello negros- los botones ocultos y dos pinzas en la espalda estilizando su figura lo enamoraron cuando se la probó en Burberrys-, los pantalones de Dolce & Gabbana de lana fría y pernera recta y los Muxarts  adquiridos aquella misma semana en la tienda online (el orgullo le inflamaba el pecho: Javier, junior, había tenido la ocurrencia; él solito se ocupó de buscar, encargar y pagar, vía Internet. Un genio. El futuro de sus negocios). Un cordón de cuero con colgante imitación al acero del Zara le daban un toque grounch. Estos pensamientos le dieron seguridad y lo relajaron. El único rencorcillo latiendo bajo sus sienes plateadas era que, con las prisas, no había repuesto su dosis de Ice Men de Thierry Mugler.  

Así pues, cabalgaba con esa mezcla de bravura e inconciencia de príncipe en busca de su princesa, dispuesto a romper cualquier hechizo y a enfrentarse a la mayor de las adversidades, a más de 150 y sin el manos libres puesto, cuando el cantar estridente de una sirena azul lo devolvió a la realidad. El coche de policía le hizo luces en señal de inmovilización del vehículo. Aminoró la marcha; ya se veía sin caballo ni armadura y las dulces elucubraciones de unos labios enroscados en su lengua estimulando su ego y su bragueta se esfumaron como pompas de jabón. Entonces, un SEAT Ibiza rojo perdió el control y se abalanzó sobre la policía, quien apenas pudo esquivar el golpe. Estalló el chirriar de los frenos, la estridencia de los cláxones, y el llanto lastimero de Canción triste de Hill Street  se fue apagando con la misma agonía de un juguete sin pilas. El olfato de la oportunidad de Javier le ordenó pisar a fondo hasta perderse en la lejanía rumbo a las prometedoras tierras salobres, húmedas y palpitantes del placer. Veinte minutos después, en un aparcamiento próximo a la Estación de Atocha, los intermitentes del Mercedes parpadeaban a Valdemoro Orduña a modo de picaresco guiño.

Entró al bar, Nirvana para el Guerrero. El socarrón de Almunia ya había interiorizado todas las facetas del método de Stanislavski y se encontraba en pleno estallido hormonal de un Fernando Esteso de risa fácil ante tamañas y voluptuosas jabatas. Ni el mismísimo Andrés Pajares en un remake del Destape habría hecho sombra a Javier Valdemoro Orduña. Como RoboCop las distancias, con cada paso de aproximación medía y catalogaba a las muchachas: tan siquiera precisaría un quintito para entregarse a esas conejitas de Playboy. Las horas cayeron entre carcajadas desproporcionadas y discursos de hombre de mundo, mientras pregonaba valores de amistad, lucrosos proyectos, promesas de noches desenfrenadas que iban in crescendo en idéntica proporción que el alcohol caldeaba sus venas. Pasadas las seis de la madrugada, las persianas bajadas y el ardor emanando con el volver de cada uno de los gestos, exhumando a través del sudor de sus axilas, revoloteando con la caída de un continuo pestañeo emborronado por el rímel….decidieron emigrar hacia un lugar más apropiado. El ajetreo de local trasnochado hizo eco en la oscuridad. Javier tomó del brazo a Mariela y con torpe galantería la salvaguardó al tropezar con un borracho de Don Simón tirado por el suelo. Distraídos por los improperios del desgraciado y con los sentidos adormecidos, la sombra mastodóntica de un mulato de 1,90 de altura por 1,20 de ancho de pecho arrebujado en una esquina les pilló desprevenidos. En la calzada, un JEEP Cherokee gris en doble fila le cubría las nada despreciables espaldas. Un silencio lóbrego y abstemio, de invitado desabrido, los sacudió. A sabiendas de su control sobre los dos puchinelas, el vigoroso mulato les explicó, sensato, que las chicas, recién llegadas de Brasil, habían pasado demasiado tiempo con ellos. Si querían continuar la fiesta debían abonar la tarifa de su particular taxímetro y adelantar la venidera, algo más carnal que lujuriosa. La cara de Almunia temblaba en una afirmación convulsa; su mirada suplicaba al gran hombre de los negocios. La piel de Valdemoro mudó al albinismo y tartajeó falta de liquidez. El mulato, profesional, con una lenta ojeada lo escudriño. Calculó y concluyó que la baratija del cuello daba al conjunto un toque grounch muy de su estilo.

-Menudo pollo, Ricardo, todo me pasa a mí. Almunia abría el bar a las ocho y yo tenía la vista a primera hora. Sabía que me ayudarías, hermano. Nunca te dejaré colgado, amigo. Le dije a Pilar que estuvimos juntos, claro.

Las siamesas lucharon por una reanimación rápida para poder acceder a la sala con un mínimo de compostura.

 

4 de marzo de 2011

 

Notas: En este texto han colaborado O. Bedmar, A. Bedmar, C. López, B. Ruiz, G. Rovira y S. Gregorio. Gracias a tod@s.

 

 

  lsorciere

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Comentarios

S
<br /> Ya... Como te he dicho ,todo parece muy visual y cinematográfico, tipo Almodovar. Muy bien descritos los ademanes própios de el haber pasado una noche de excesos "narcosexuales". De todas maneras<br /> ,me tienes que explicar el porqué de tan frecuente uso de la palabra "siamesas" supongo que en argot se tiene que referir a la nariz,ya que no encuentro algo mas siames que eso , pero sin embargo<br /> también lo utilizas al principio del relato cuando todavía no ha aparecido Javier Valdemoro. Entiendo que los dos tengan el mismo vicio, ese que hace que la mandibula adquiera su própia vida y que<br /> dilata las pupilas y altera sobremanera, pero... no sé lo encuentro explicado de una forma enrevesada.Ilumíname. Por lo demás, muy bueno como engatusan al pobre pasante para que ceda su atuendo al<br /> desvalijado Javier, que por otro lado no sé porqué no lleva dinero, claro que a esta gente lo que menos le importa es el dinero, menuda ordinariez el tener que llevarlo encima, cuando ya su própio<br /> apellido es sinónimo de poderío.Bueno que no me quiero meter en un lio, así que luego lo volveré a leer para atar varios cabos que no termino de encajar. Saludos también me ha gustado la referencia<br /> a murphy, llevo mucho tiempo queriendo escribir algo sobre Murphy que no esté escrito ya ,pero por ahora no encuentro la forma ni el argumento. Saludos y como te he dicho ábreme lo ojos con esta<br /> historia.<br /> <br /> <br />
Responder
M
<br /> <br /> Hola, Salvador<br /> <br /> <br /> Jijiji, las siamesas son las ninas de los ojos del abogado que tienen vida propia, perdón por lo enrevesado que me salió el texto. Por otro lado, me alegra que si decirlo explicitamente hayas<br /> capatado la esencia "narco sexual" (la parte narco, claro). Lo del dinero es porque se trata de una persona que vive de su imagen y su nombre pero que en realidad está en la ruina y su única<br /> virtud es la habilidad de sacar a los demás lo que le interesa justo en el último momento y así salvarse de las situaciones más inverosímiles.<br /> <br /> <br /> De verdad, Salvador, que no hace falta que te rompas los cascos. Me salió así y no pude evitarlo y además es demasiado extenso para leerlo en pantalla. No te preocupes. Ya estoy contenta con lo<br /> que me comentas.<br /> <br /> <br />  <br /> <br /> <br /> Saluditos y gracias por tu esfuerzo<br /> <br /> <br /> <br />
S
<br /> Si , si; si recuerdo que pediste marcas muy exclusivas. Ahora he estado a punto de volver a leerlo, pero me voy a guardar ese gustazo para despues de la siesta. Eso sí, veo que haces los deberes y<br /> que aunque sea despues y no antes "guante que se te lanza, guante que recoges" Disfrutaré luego , pero te adelanto que de verad que necesito una lectura más pausada para sacarle todo el jugo<br /> concentrado que le has metido a esta divertida , cómica y cinematográfica situación.Veras es que mientras leía no podía parar de imaginarme esos cachetes y el tanga y no es ninguna desviación, solo<br /> que la descripción es tan explícita... Bueno ya te cuento.<br /> <br /> <br />
Responder
M
<br /> <br /> Bueno, debo confesar que este lo escribí hace tiempo, pero como lo había enviado a un concurso hasta la fecha no pude publicarlo.<br /> <br /> <br /> <br />
S
<br /> Lo empecé a leer ayer en el movil ,al ver que era tan largo ,lo deje para leerlo por la mañana. Lo acabo de hacer, pero tendré que leerlo de nuevo.Ya te digo<br /> <br /> <br />
Responder
M
<br /> <br /> Pobre..., no te preocupes, Salvador, entiendo que es muy largo para leerlo en pantalla y bastante enrevesado. En realidad, lo he publicado pues.... porque no puedo publicarlo en otro sitio,<br /> jajajaja, y para tenerlo guardado en un word, pues también lo cuelgo aquí-<br /> <br /> <br /> Como seguramente no recordarás, te explico que te he incluido en la nota final porque acudiste a mi llamamiento en el FB donde solicitaba nombres de marcas.<br /> <br /> <br /> Saluditos con cariño<br /> <br /> <br /> <br />

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