“Un enorme vacío lleno de ti me acompaña”, le confesó entre la humedad de los cristales del bar y la musiquilla pauloviana de la tragaperras. Caía la lluvia y el maúllo lastimero de su queja lo encogió en la silla. Tomó, lento, el secreto de sus pequeñas manos y le repuso, evitando su mirada, un lo siento todavía más afligido, si cabe.
Para Salvador
15 de marzo de 2011