Los pasitos de Paula son torpes y graciosos, como los de un blanco corderillo recién nacido. Paula, la equilibrista, sobre sus pies, tiembla y se tambalea. Arruga su hocico de gatillo con cada risa, mientras en sus ojos un mar de castaños, alegre y juguetón, se refleja. Descubre, entre juegos infinitos, la belleza de todas las piedras, de todas las menudas cosas que de mayores olvidamos haber admirado como ella. Nunca tiene prisa, mi pequeña exploradora, y siempre se concentra en hallazgos diminutos, porque todo se transforma en algo maravilloso entre sus manos de algodón. Ella ahora mira, inconsciente de su sabiduría, pues acaba de mostrarme una traza del mundo y de la vida, la parte más importante, la más pequeña.
22 de agosto de 2008