Una semilla en esta tierra desolada por el fuego agarraba, con mayor fuerza de la necesaria, en mi puño mientras observaba, impotente, el campo que había trabajado durante todo el año con mis manos, los bosques colindantes que habían cobijado mi infancia, la casa cuyo patio recibía a la familia al tocar las horas frescas del verano. El viento había cejado en su furia para ceder el paso a una espesa e hiriente niebla que rezumaba del suelo; el olor a manjar requemado y a carne muerta por el susto, la desesperación y el miedo formaría con el tiempo parte de mi sombra.
25 de diciembre de 2010