Una semilla en tierra desolada sembró, guiada por el instinto de quien nunca había sido agricultor; y aquel desierto de caricias y besos se aferró a ella. Sus manos, mullidas y pequeñas, se convirtieron en cuenco de vida donde saciar la sed y manantial donde lavar las heridas de la piel seca tras tanta inclemencia. Desde entonces, él, respira gracias a ella.
24 de diciembre de 2010