¿Y eres tú quien me pregunta si te quiero? Pues claro que te quiero, pequeña mía, te quiero siempre que tu menudo cuerpo revolotea frente al espejo. No, no te pongas, todavía, a la defensiva; no pretendo entablar un juego de palabras ni decir cruel mentira. Porque cuando tú me miras- dulce, bella y turbadora- bajo mi abdomen, el indómito anhelo nace y tú..., no lo niegues, lo sabes. Espera, no te vayas, que no soy yo sino esa loca ansiedad mía quien habla. Y, ahora, dime y sé sincera si no es caer en cobarde falacia llamarte amor y no sencillo, eterno, hermoso deseo. Y si no es así, por favor, ofrece una razón a esta desazón: por qué hay días, por qué hay noches y por qué hay sueños y por qué, a veces, entre noche y día, entre sueño y sueño, me recreo en tus acogedoras redondeces, en tu piel seguramente ya con el suave tacto de la naranja, en las difusas líneas apenas dibujadas..., sobre tus blandos pechos. Cariño, no es por nada, pero te quiero, te quiero entre mis sábanas para así poder lamer ese cuerpo que se me escapa. Cariño, yo te quiero, pero sobre cama blanca, entre sudor y fuego, y, créeme, por ti lo siento pues, después de todo, también te aprecio.
10 de marzo de 1999